Carlos, profesor y enfermero, explica pormenorizadamente qué es la epiglotis, dónde está el hioides y la función que tiene, por qué no se debe golpear en la espalda a alguien a quien se le ha ido una miga de pan ‘por el otro lado’. Y mientras cuenta todo esto él y su compañera Mercedes, médico, sostienen en las manos los órganos de un cerdo, «muy similares a los de un hombre, especialmente el corazón». Los alumnos de sexto de Primaria de los colegios Picasso, Cervantes y Fray Luis de León, que pasan en rondas por las aulas del instituto Ramón y Cajal, mezclan las caras de asco -muchas fingidas- con las ganas de tocar casquería. Todo sea por el aprendizaje.

Entonces Carlos coge ese tubito de plástico estratégicamente colocado que asoma por la tráquea del animal y sopla con fuerza. Los pulmones, hace un instante dos trapos encogidos, se hinchan orgullosos de recobrar por un momento su función original, la de atrapar y soltar aire. No hay mejor modo de explicar el aparato respiratorio. Y de añadir, ya que estos chicos van a pasar al instituto en cuestión de meses, que de haberse tratado de un gorrino fumador, los pulmones sonrosadetes que se inundan de aire aparecerían renegridos. «Y podríamos ver el hollín», asevera el ‘respirador natural’ con bata blanca que insufla aire por el tubo.

Este instituto, afincado en el Paseo Juan Carlos I, es de esos que tiene un poco de todo. Bachillerato de Ciencias, Humanidades y Ciencias Sociales, grados medios y superiores de FP en Química, Sanidad o Imagen Personal… Es un ecosistema propicio, por tanto, para dar cabida a todo aquello que los escolares de Primaria puedan imaginar. Los 125 chicos de sexto que pasaron ayer por la mañana por allí son solo una muestra de los que pasarán al cabo de una semana en la que el Ramón y Cajal se convierte en sí mismo en un aula y a sus estudiantes, en profesores. Simular un volcán, cambiar los colores de los líquidos con reactivos, fabricar gas hidrógeno y construir un zeppelin al estilo del Hindenburg, incluso con el mismo final llameante…

Todas estas actividades se llevan a cabo con la supervisión del claustro y con los estudiantes del centro como instructores de los más jóvenes. «¿A alguno le gusta Harry Potter?», pregunta uno de estos improvisados docentes en el aula de química. Por supuesto. Uno de los chicos levanta la mano audaz y recibe, por su osadía, una varita mágica de cristal. Acaban de verter algo que parece agua en una probeta. «Pronuncia un conjuro, unas palabras mágicas, algo», le dice. «¡Leviosa!», sugiere uno. No le da tiempo ni a pronunciarlo como es debido –«¡Es Leviosa, no Leviosá!», que diría Hermione- y el líquido, zas, se vuelve negro. «¡Coca Cola!», apunta alguno. Pues no, oxidocola, en todo caso. Porque es la oxidación, el contacto con el aire, lo que provoca el teñido repentino.

Cerca de allí, el taller de robótica sigue adelante mientras una impresora 3D se afana en construir una ardilla de plástico. Tardará unas cinco horas. Los chicos de sexto, mientras tanto, han conseguido que un pequeño vehículo robótico sostenido por una placa Arduino ejecute los movimientos que ellos deciden a través de órdenes en la pantalla. «Se trata de que pongan una condición y el vehículo la cumpla», cuenta el profesor, Antonio. En la pantalla, el código tipo puzle ideado por el MIT (Massachussets Institute of Technology), ‘scratch’, les ayuda a entender cómo funcionan las variables, los bucles y las condiciones.

Hasta en el almuerzo en el gimnasio hay actividad. Nuria, profesora y actriz aficionada de teatro, promueve una especie de concurso de talentos musicales entre los colegios. Lo que mejor se les da a los participantes, parece, es el ‘swish swish’. Lo que es seguro es que se han lavado las manos antes de agarrar el bocadillo. Más que nada porque acaban de observar por los microscopios en qué se han convertido las muestras que les tomaron hace unos días en sus colegios. Resulta que esa suciedad pegada a los dedos tras el recreo, ayer, tras un periodo de incubación, parecía un monstruo con vida propia. Qué cosas se aprenden de los chicos del instituto.

Fuente: El Norte de Castilla